lunes, 20 de octubre de 2014

Los artistas y la imbecilidad



En una reciente entrevista de Luis Martínez para el diario El Mundo, espléndida como casi todo lo que escribe, el actor argentino Ricardo Darín, quien promociona estos días la película Relatos salvajes, declaraba con una lucidez que debería ser dogma: «No me siento habilitado ni autorizado a considerarme una cosa especial. El día que empiezas a creerte algo de lo que te dicen alrededor tuyo, estás frito. Un día va a dejar de sonar el teléfono y no importará todo lo que pasó antes. Soy un privilegiado y encima me abrazan por la calle. Si me miro al espejo y me creo que soy Ricardo Darín, soy imbécil. Ese no soy yo».

A lo largo de mi dilatada actividad de entrevistador, me he encontrado con todo tipo de personas. La mayoría era gente profesional, seria, que promocionaba su trabajo (un disco, una película, un libro) con la dosis de habilidad que cada cual tenía, y que asumía ese trámite como una parte ineludible de su oficio y una oportunidad más para potenciar su carrera.

Pero también me he topado con unos pocos sujetos a los que su personaje había devorado por entero a su verdadero yo, y que sin duda se veían más listos y guapos de lo que en realidad eran.

Recuerdo una entrevista en un lujoso hotel de Madrid con una cantante mexicana de infinita mayor popularidad que talento, y en la que solo nos faltó agarrarnos del pelo y rodar por el suelo como dos furias. Si tal cosa hubiera ocurrido, su guardia pretoriana, compuesta de cuatro musculados gorilas de gesto torvo que se encontraban situados a mi espalda, de pie, me habría arrojado por la ventana sin contemplaciones. Al final, aquel diálogo para enmarcar no llegó a publicarse en una conocida revista en la cual colaboraba; a pesar de que lo entregué puntualmente y de que, a mi modo de ver, tenía el acierto de dar la medida exacta de entrevistador y entrevistada. Supongo que pensaron que aquello parecía una escena de Mortal Kombat y que por ahí no se iba a ningún lado, y puede que no les faltara razón.

Me viene a la cabeza de igual modo otra entrevista bastante belicosa con una actriz televisiva que acababa de pasarse al teatro. La cosa es que cuando le menté el papel por el que se había dado a conocer, casi saca una navaja albaceteña y me secciona la yugular. A partir de ahí, se cerró en banda y ya no hubo manera de proseguir civilizadamente la charla. Esta, en cambio, sí que se publicó, y en un semanario de gran tirada.

Ha habido algunas otras entrevistas de las que no salí especialmente contento ni haciendo amigos, pero, en cualquier caso, ya digo que han sido una excepción a la norma.

Supongo que fuera de nuestras fronteras las cosas no serán muy distintas y que los extranjeros  también tendrán lo suyo, aunque he de decir que mi experiencia con artistas guiris ha sido siempre positiva.

Entrevisté a los líderes de Scorpions, Klaus Meine y Rudolf Schenker, en una inhóspita fábrica de Berlín, donde se encontraban grabando un disco (Moment of Glory) con la celebérrima orquesta filarmónica de esa ciudad, y, a pesar del follón y de la incomodidad reinantes, los dos estuvieron para comérselos.

Mi encuentro con el rostro y alma de Simple Minds, Jim Kerr, quien vino a Madrid con el resto de la banda considerada en su día «los U2 escoceses» para dar un concierto de presentación de los temas de su disco Néapolis, fue igual de feliz: Kerr es uno de esos tipos que cuando se explican miran muy fijo a los ojos, y en todo momento hizo un derroche de las mejores virtudes anglosajonas. Un perfecto caballero escocés, oigan.

También recuerdo la de Brian May como una de las más gratas entrevistas que he realizado. El guitarrista de Queen, una leyenda viva del mejor rock de todos los tiempos, vino a Madrid para apadrinar el musical Queen/We Will Rock You y se implicó en las tareas promocionales igual que si se tratara de un disco o una gira más del grupo. Inteligencia, saber estar y sentido del humor fueron en todo momento sus pacíficas y cautivadoras armas.






De sentido del humor andaban bastante sobrados los ocho integrantes de UB40, a quienes entrevisté en masa, en un hotel madrileño de rango medio, con motivo de la edición de su disco Labour of Love III. Dos muestras de su mordacidad: «Elton John y Celine Dion son la misma persona», me dijeron entre risas. Y: «¿Una institución más importante que la familia? Las instituciones mentales». Tras otra ración de carcajadas, añadieron: «Cuando va bien, la familia es algo maravilloso. Pero cuando va mal, es una cosa siniestra. Aunque no se nos ocurre nada que la sustituya. Tal vez sea un imperativo genético». Sí, eso debe ser.

Con el ya fallecido actor Dennis Hopper mantuve una charla no demasiado larga pero sí reveladora en la desaparecida cafetería de los Cines Alphaville, ahora Cines Golem. Se había desplazado a Madrid para darle un empujoncito a Basquiat, la película sobre el malogrado pintor estadounidense Jean-Michel Basquiat, con el director, Julian Schnabel, también presente en la entrevista. Y si bien no se mostró encantador, sí que estuvo en cambio atentísimo y lo suficientemente locuaz como para que saliera de allí con la impresión de haber tenido una buena tarde, aunque era de día y llovía de cojones.

Incluso recuerdo con una sonrisa la entrevista que le hice al actor Jean-Claude Van Damme cuando vino a presentar la película Replicante: cordial, bromista, hablador. Y solo un punto renuente cuando me lo llevé al terreno político (residía en Estados Unidos y le pregunté por su entonces presidente, George W. Bush, esa lumbrera, y por la larguísima huelga de guionistas de Hollywood que tanto dinero le hizo perder a la industria del cine).

Otro día me detendré en algunos de esos encuentros, que dejaron anécdotas jugosas, pero hoy no toca. Hoy tan solo quería señalar la propensión a la imbecilidad de ciertos artistas, quienes deberían tener muy presentes las palabras de Darín con las que he abierto esta entrada. Si lo hicieran, les iría, sin duda, mucho mejor.

Ya lo inmortalizó Baudelaire, que del alma y la corteza humanas sabía lo que sí está escrito: «He sentido pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad».

Que Dios nos libre a los mortales en general y a los periodistas en particular de semejantes pájaros.






 

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