viernes, 24 de octubre de 2014

Palabras inmortales

El equipo principal de la Expedición Terra Nova (Polo Sur, enero de 1912).

Igual que esa botella con mensaje que las olas transportan milagrosamente de un continente a otro, y que muchos años después de ser lanzada es encontrada por unos niños que juegan en la playa, en la Antártida el deshielo ha desenterrado un diario escrito por un explorador británico hace más de un siglo.

George Murray Levick, que es como se llamaba el autor de las páginas resucitadas, formó parte del «equipo Norte» de la expedición Terra Nova (1910-1913), la tercera emprendida por el Reino Unido en el siglo XX a esa despiadada tierra.

El hallazgo tuvo lugar la pasada primavera; desde entonces, expertos de la institución neozelandesa Antartic Heritage Trust (fundación Patrimonio de la Antártida) han trabajo en la restauración de ese tesoro con el amor y el cuidado que pondría una madre que tiene que sacar adelante a un bebé de muy delicada salud.

Escrito a lápiz, el diario contiene anotaciones sobre las fotografías que el expedicionario realizó durante su estancia en cabo Adare. En contra de toda lógica, él y sus compañeros lograron vencer al más inclemente invierno que quepa imaginar alojados en una cueva de hielo; alimentándose de las focas que ellos mismos cazaban y combatiendo las bajísimas temperaturas con grasa de ballena.

Esta fascinante historia me ha traído a la cabeza aquella escena de Bailando con lobos en la que un soldado nordista, analfabeto, hojea mientras defeca el diario arrebatado al teniente John J. Dunbar (Kevin Costner). Cuando un compañero que está haciendo lo mismo que él entre las altas espigas le pregunta si tiene algo con que limpiarse, arranca una hoja y se la pasa.

¿Cuántas páginas cargadas de vivencias apasionantes se habrán perdido sin remedio a lo largo de los siglos por culpa de asnos como ese, muchas de ellas de enorme valor histórico o literario? Casi es mejor no pensarlo.

Ahora que la palabra está tan devaluada, pese a ser más necesaria que nunca, noticias como esta elevan el espíritu y nos hacen ver, y admirar, la capacidad de supervivencia de la escritura, su extraordinaria adaptación al medio.

«¡Y si después de tantas palabras, / no sobrevive la palabra!», clamaba, espantado, César Vallejo. 

No es este el caso, afortunadamente. 


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