miércoles, 31 de diciembre de 2014

Vidas vividas, muertes que vienen

El escritor Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-México DF, 2014).

La pereza y una cierta propensión a la melancolía me disuaden de consultar en internet los hechos más relevantes de este año que a punto está de cederle el testigo al siguiente. Un año, el séptimo desde el inicio de la crisis, que o bien ha pasado a la velocidad de un disparo o es que me estoy haciendo mayor. Me encomiendo, pues, a la memoria, tan falible y caprichosa, para hacer recuento de algunos momentos más o menos trascendentes que en mi cabeza han resistido el acecho del olvido.

La crisis en Ucrania, con su narrativa de sangre y sufrimiento, hizo revivir viejos fantasmas en la vieja Europa. Nevó en Irán tras más de medio siglo sin hacerlo. Nombraron alcaldesa de París a una mujer nacida en España e hija de españoles. El rey Juan Carlos abdicó en favor de su hijo Felipe, que fue aupado al trono al mes escaso. Una computadora logró pensar por sí misma. España cayó a las primeras de cambio en el Mundial de fútbol de Brasil (los anfitriones fueron arrollados en semifinales por la locomotora alemana, que triunfó en la final frente a Argentina). Rafa Nadal, comido por las lesiones, no lo ganó todo. El ébola pasó por Madrid y fue abatido. Supimos que el «molt honorable» Jordi Pujol y sus tropecientos hijos se dedicaron durante años, y en horario de oficina, a meter billetes de 500 euros en bolsas para luego sacarlos de este país que tanto aborrecen. La corrupción política en España fue noticia día sí, día también. Un tal Nicolás, arribista imberbe y jeta mayúsculo, acaparó muchísima más atención mediática que el Premio Cervantes a Juan Goytisolo. Podemos, un partido político concebido en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y envalentonado a raíz de las subestimadas concentraciones callejeras del Movimiento 15-M ―«bah, un hatajo de perroflautas», sentenciaron entonces los sabios―, irrumpió como una bomba de neutrones en nuestra escena política y social, y todo hace pensar que pondrá fin al monopolio PP-PSOE que ha regido la mayor parte de nuestra democracia.

Pero son las muertes de personas ilustres las que permanecen por más tiempo en nuestro recuerdo, y este año se han convertido en polvo algunos de los más grandes. Adiós por siempre a Gabriel García Márquez, Juan Gelman, Nadine Gordimer, Ana María Matute y Leopoldo María Panero. A Philip Seymour Hoffman, James Garner, Robin Williams, Lauren Bacall y Eli Wallach. A Paco de Lucía, Peret y Joe Cocker. Al menos ellos, en tanto que artistas de gran calibre, poseen el privilegio de la inmortalidad de una parte importante de sí mismos a través de las obras que han dejado. 
 
El guitarrista Paco de Lucía (Algeciras, Cádiz, 1947-Playa del Carmen, Quintana Roo, México, 2014).

Jorge Luis Borges, en uno de esos frecuentes arrebatos de lucidez que le sobrevenían sin que se le moviera un músculo de la cara, filosofó: «La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene».

Todos deseamos que ese sino inevitable tarde lo más posible en llegar, del mismo modo que, puestos a pedir, uno quisiera para el 2015 no tener que pisar un hospital ni de visita. No preocuparse por ningún recibo, por disparatado que sea. No llorar una sola vez, o hacerlo sólo de risa o de pura emoción. No pelearte más allá de lo justo con la mujer de tu vida. Celebrar con toda la artillería que haga falta algún éxito profesional. Ver más a los amigos.

Cierra ya los ojos, preparado para ser historia, el 2014, y es como un déjà vu: un año más, un año menos. Después, sin solución de continuidad, habrá que seguir remando bajo un sol abrasador o soportando la madre de todas las tormentas. Y, por supuesto, no dejar de dar las gracias por ello. 

Les deseo una Nochevieja inolvidable sean malos, por favor― y un próspero, a todos los niveles, Año Nuevo. Nos vemos en 2015.

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