domingo, 8 de febrero de 2015

La grandeza de Banderas


Lo mejor de la XXIX edición de los Premios Anuales de la Academia fue, con diferencia, el discurso de Antonio Banderas tras recibir el Goya de Honor de manos de Pedro Almodóvar, no tanto su pigmalión como su descubridor.

Dani Rovira, conductor de la gala y Goya al mejor actor revelación por la taquillera Ocho apellidos vascos, ayudó a que la cosa no se hiciera pesada y fluyera, pues estuvo notable en general y sobresaliente en algunos tramos; muy por encima de la media de quienes han oficiado de maestros de ceremonias de esos galardones desde su nacimiento. Pero las palabras de Banderas, más propias de un escritor que de un intérprete, eclipsaron cualquier asomo de brillo porque, además de emocionantes y verdaderas, supusieron la constatación de algo que muchos ya sabíamos, que es un gran tipo. Enorme.

«Todo lo que tengo se lo debo a mi profesión, a la que prefiero denominar vocación. Pero mucho más importante que esto, lo que realmente le debo no es tanto lo que tengo, sino lo que soy». Bravo, Antonio.

Banderas emigró a Estados Unidos hace un cuarto de siglo llevando sólo lo puesto, y hoy es una figura reconocida y respetada en Hollywood. Alguien que organiza en su mansión cenas benéficas a las que acude gente tan de andar por casa como Obama. Si uno se para a pensarlo, es un disparate absoluto. Y sin embargo, è vero.

De cualquier modo, la grandeza de AB no está en haber hecho realidad el sueño de todo actor, y más aún si no es yanqui: triunfar en la meca del cine, ya que eso es un milagro que no hay forma de planificar y que depende de muchos factores. Su grandeza reside en haberlo hecho y seguir siendo, básicamente, el mismo. No olvidar los orígenes, la humilde procedencia, ni el anhelo irrefrenable de los inicios, cuando la excesiva juventud permitía dar pasos tan osados como necesarios para el avance de la especie.

El artista y empresario relató el momento en el que se lanzó en pos de un imposible: «Me veo obligado a recordar y rendir tributo a la figura de dos personas a las que vi hacerse cada vez más pequeñas desde la ventana de un tren “Costa del Sol”, a las seis de la tarde de un 3 de agosto de 1980. Eran mis padres, que, asustados de que su hijo hubiese sido víctima de un ataque de insensatez, lo despedían esperanzados de que la razón se impusiera finalmente en la mente de ese niño que fui, y que sigo siendo. Pero la razón perdió la batalla, porque no era la mente sino el corazón lo que me guiaba. Una misión y una determinación viajaban conmigo en ese tren. La misión: convertirme en aquello que admiraba; en esos seres mágicos que desafían al tiempo, y al espacio. Esos que me habían hecho viajar a la vez, en una extraordinaria pirueta artística, tanto a los lugares más lejanos como a los recónditos de mi alma, los actores».

El que alguien que ha trabajado con algunos de los directores y actores de más talento del mundo recoja un galardón en su tierra con la modestia con la que él lo hizo ―un galardón honorífico, no concedido como premio a un papel concreto sino para reparar el error que supone no habérselo dado antes―, es motivo más que suficiente para seguir creyendo en el ser humano. A pesar de que, como el homenajeado señaló sin pasión ni arrogancia, con la más elemental objetividad, «la mediocridad se haya convertido en el mayor negocio de nuestro tiempo».  

Si existe una academia en la que enseñen a comportarse así, a ser así, muchos de los «artistos» de este país deberían matricularse en ella ya mismo, sin perder un minuto, y recibir un curso acelerado. O dos.

Banderas nunca lo necesitó. Él nació así ―de esa forma lo parieron―, y así sigue y seguirá siendo hasta el último de sus días. Seguro.

«Acaba de comenzar la segunda parte del partido de mi vida», advirtió mientras levantaba el trofeo como un deportista de élite y se retiraba de escena, dejando tras de sí la estela de oro de los mejores.

No tenemos motivos para pensar que no hablaba en serio. Si consiguió lo que consiguió cuando era algo inimaginable, ¿por qué no iba a lograr ahora, que existe un camino por él abierto, agrandar su leyenda?

Quitémonos el sombrero ante un grande de veras, lectoras y lectores, y deseémosle la mejor fortuna para los años venideros. Si hay un actor que merece nuestro apoyo y admiración, ese es este malagueño en llamas. Un espejo en el que todos deberíamos mirarnos.



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