jueves, 26 de marzo de 2015

A vueltas con la noche


«A mis 63 años, el sexo lo vivo como un paisaje». La frase es del escritor Manuel Vicent; algo que me dijo hace más de tres lustros y que acude de pronto a mi cabeza mientras sostengo entre las manos 500 noches para una crisis. En directo, el último lanzamiento discográfico de Sabina. Me vienen a la memoria esas palabras con una pequeña variación: donde Vicent dijo «sexo» aparece ahora «noche». Ya que así es como Joaquín, a sus 66 años, vive la noche. Como un paisaje. Un paisaje que, en su caso, sigue siendo muy rentable, rentabilísimo, y del que puede hablar ―a pesar de no ser ya un activista, de hallarse en la reserva― con la misma autoridad que cuando no paraba en casa. Puesto que sus muchas horas de vuelo pesan una barbaridad y son como montar en bicicleta: jamás se olvida.

Además de contener las canciones de su disco más celebrado, 19 días y 500 noches ―con la sola excepción de «Como te digo una co te digo la o», ese hilarante rap que JS ha optado por dejar fuera―, este doble cedé más deuvedé, que fue grabado en el Luna Park, en Buenos Aires, el 20 de septiembre de 2014, tiene mucho de viaje en el tiempo. Una travesía temporal que repasa algunos de los tramos capitales de su obra: desde el prehistórico Juez y parte («Princesa») hasta el postmarichalazo Dímelo en la calle («Peces de ciudad»), pasando por el cronístico Mentiras piadosas («Con la frente marchita», de obligada interpretación en la Argentina) y los espléndidos Física y química («Y nos dieron las diez», «Conductores suicidas», «La canción de las noches perdidas», «Pastillas para no soñar») y Yo, mí, me, contigo («Y sin embargo», «Tan joven y tan viejo», «Contigo»). Y hay sorpresas: «La canción de los buenos borrachos», una pieza de Enemigos íntimos, el controvertido disco que hizo con Fito Páez ―otro guiño al país anfitrión―, y una inédita, «Ese no soy yo», versión libérrima y enérgica del clásico de Bob Dylan «It Ain’t Me Babe», así como varios bonus track y un making-of del deuvedé.

Más allá de la elección de los temas, que bien podrían haber sido otros, pues tiene tantos buenos que eso no supone un problema, la clara protagonista de esta nueva entrega sabinesca es ―vuelve a ser― la noche. 500. 1.500. 15.000 noches. Ese es el territorio natural de este artista; el decorado a partir del cual su mítica ha ido creciendo como la espuma con el paso de los años, y del que se empapan el noventa por ciento de sus composiciones.

La noche es, en efecto, la carne de la que están hechas sus canciones, cariadas a la fuerza por el cianuro de la desilusión. La noche, con su traje de sombra pura y sus promesas evanescentes. Sus actores solícitos y su larga capa de adicciones. Su euforia de laboratorio y sus balcones por los que saltar sin mirar atrás.

A diferencia de la gran mayoría, él, hasta cumplido el medio siglo, veía amanecer para, a continuación, meterse en la cama. Iba a la contra. No sólo porque se lo pudiera permitir: lo hacía porque era de noche y en los bares donde sentía que estaba su verdadero hogar, su morada, su sitio.

Sabina, lo he escrito otras veces, es un género en sí. No hay en España otro pájaro como él, por más que imitarle se haya convertido en un deporte nacional. Nos encontramos ante un Frankenstein de la canción. Un artista, como todos los que merecen la pena, hecho a base de retales de grandes cantautores y poetas. Un destilado de genialidades bajo la magnética apariencia de un vividor superlativo que aún ondea la bandera de «muera la muerte» porque sigue teniendo unas ganas inmensas de seguir aquí, a pesar de que muchas de las cosas que más le gustaban, que más amaba, sean hoy ese paisaje del que hablaba al comienzo de esta entrada. Un lugar que ya sólo frecuenta en calidad de espectador. Privilegiado, eso sí, ya que en la academia de la madrugada alcanzó el grado de capitán general.
                                    
Apuntan algunos malvados ―quizá los mismos que cuando el pasado diciembre tuvo el gatillazo en el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid afilaron, inclementes, los cuchillos (pinchar aquí)― que este disco y la gira que inició en 2014, y que lo mantendrá en la carretera hasta el próximo junio, obedecen a su necesidad de hacer caja para reponerse del boquete de más de tres kilos de euros que le ha hecho el fisco por una disparidad de criterios respecto a las liquidaciones fiscales de los últimos ejercicios (tras aflojar la mosca, el cantante ha pleiteado con Hacienda para recuperar lo pagado y el litigio sigue su curso). Es decir, 500 bolos con los que remontar una inesperada crisis.

Mas aunque así fuera, aunque se trataran, en verdad, de una gira y de un disco alimenticios, no existiría engaño alguno, pues tener más de Sabina es siempre una excelente noticia. Y en este disco hay mucho, mucho Sabina. Toneladas. Y del mejor.

Él no se vende, ojo, simplemente vende, que es algo muy distinto. Y aquello que vende, que ha vendido desde que se convirtió en lo que hoy es, no es otra cosa que talento y figura. O dicho de otro modo, arte y distinción.

Ojalá que así siga siendo por muchos años. Años con más noches que días, ya saben, pese a que de la fiebre del jugador, del actuante, ya sólo queden vestigios.


Portada del doble disco y deuvedé 500 noches para una crisis. En directo.



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