miércoles, 3 de agosto de 2016

Mientras ellas respiren

Portada del libro de Sandra Sánchez Preferiblemente vivas.

Que la literatura sea un lugar, quizá el único, en el que todo es posible no significa que no disponga de reglas, algunas de las cuales son, de hecho, de obligado cumplimiento. Por ejemplo, el narrador ―y no digamos ya el poeta― ha de saber siempre, independientemente de que los temas que aborde se escapen a cualquier acto empírico, caso del terror o la fantasía, de qué habla. Quiere esto decir que su andamiaje vital deberá dar forma y temperatura, en mayor o menor medida, a los personajes que diseña. ¿No pueden relatarse entonces los efectos demoledores de un desamor si no se ha padecido alguna vez ese huracán interior, o recrear una simple borrachera si quien lo hace es un abstemio de manual que nunca se ha agarrado una curda? Desde luego que sí, y las librerías están llenas de ejemplares que así lo atestiguan. Pero el resultado, aunque desde un punto de vista formal sea irreprochable, carecerá de alma.   

No es ese un defecto que pueda atribuírsele ni mucho menos a Sandra Sánchez (Madrid, 1973), quien acaba de debutar en el campo de batalla de la literatura con el libro de relatos Preferiblemente vivas (Ediciones Hidroavión). Estos, un total de 53, están protagonizados en su mayoría por mujeres que, sin ser ella, en modo alguno podrían haber existido si su autora desconociese los resortes que activan la pasión, la soledad o la ruptura sentimental, tres de los temas (los otros son la búsqueda y el encuentro) que articulan el libro.

La ironía que empapa el título no es casual, puesto que es una de las cualidades de esta narradora, si bien la propensión a la nostalgia y la vindicación de la memoria como arma literaria son sus más acusadas señas de identidad.  

Cuentan que Camilo José Cela fue abordado por un individuo que le vino a decir: «Mire, yo escribo muy bien, y llevo mucho tiempo planteándome muy en serio ponerme con una novela, pero por más vueltas que le doy no termino de encontrar un tema», ante lo que el atrabiliario y siempre certerísimo Nobel soltó: «Pues no se preocupe, que yo le voy a regalar uno: una mujer y un hombre se conocen y se enamoran. Ya está. Ahora ya puede usted ponerse con esa novela».

Los relatos de Sandra Sánchez son breves como gotas de agua, pero contienen la inmensidad inabarcable de la sentencia de Cela. Sus habitantes son en muchos casos mujeres y hombres que se conocen y se enamoran, sin más (y nada menos), aunque ella prefiera hundir el bisturí en los despueses de esos fuegos artificiales o en aquellos otros amores que jamás llegaron a consumarse pese a tenerlo todo a favor. O en la tortura que puede suponer, desde el desolado andén de la separación, un acto tan cotidiano como contemplar una foto o un paisaje o escuchar una canción. Sus mujeres viven en todo momento al máximo, aun en la supervivencia. Esto es, anhelan, rememoran, sufren, fantasean, se entusiasman y se estrellan, como pájaros ciegos o sumamente confiados, contra muros invisibles pero letales.

Y luego está la música, de la que la autora más que aficionada es devota. Al final de cada relato se añade el título de una canción y de su intérprete para que el lector pueda escucharla durante o al cabo de su lectura (están disponibles en la lista de Spotify de Ediciones Hidroavión ―ed_hidroavión― «Preferiblemente vivas»). De esta forma, grupos y solistas tan distantes entre sí como los Stones, Psychedelic Furs, Crowded House, Janis Joplin, Lou Reed, U2, Dire Straits, Wilco, Christina Rosenvinge, Los Piratas y Quique González comparten espacio emocional en sus páginas.   

El libro cuenta además con ilustraciones de Elena Mir (Valencia, 1981), quien dibuja objetos cotidianos (jarrones con flores, gafas, tazas de café, relojes de pulsera, libros, butacas…) e inquietantes mujeres de ojos y cejas colosales y narices y bocas escuetas que hacen pensar en paraísos perdidos o en epidemias de tristeza.

Mujeres en las páginas y entre bastidores, pues. Mujeres ya adultas que nos hablan de mujeres también adultas, lo que equivale a hacerlo de sentimientos y dudas, de la luz y su reverso.

Quien sepa mirar a una mujer ―no con ojos de cazador o de contrincante, sino de espectador entregado― verá en ella, en ellas, el verano permanente, el sábado quedo, la risa estallante y deliciosa. Es más, las únicas mujeres carentes de algún tesoro son aquellas que aún no han sido descifradas.

Mientras ellas respiren la loca rueda seguirá girando y amanecerá, que no es poco.

¿Preferiblemente vivas, Sandra? Obligatoriamente.

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