miércoles, 16 de noviembre de 2016

Pólvora y corazón

Portada del tercer disco de estudio de Rulo y La Contrabanda, El doble de tu mitad. (Foto: Jose Girl.)

(Texto incluido en el libreto del disco El doble de tu mitad)

Cuando Raúl Gutiérrez Andérez, Rulo, culminó sus dos anteriores discos de estudio, Señales de humo (2010) y Especies en extinción (2012), ambos bajo la marca Rulo y La Contrabanda, estaba convencido de que eran, cada uno en su momento, su cima artística. Y tenía razones de peso para pensarlo.

De entrada, aunque en esa suerte de universidad que fue La Fuga se forjaron sus cimientos musicales y compositivos y aprendió a llamarle «dulce hogar» a la inhóspita cuerda floja, hasta que no se fugó de allí ―el otrora paraíso se volvió un penal― no empezó a ofrecer la verdadera dimensión de su talento.

Por otro lado, lo infrecuente es encontrar un artista con una vocación auténtica que no considere que su última obra es la más lograda, ya que esa pasión es la que lo empuja a poner en cada peldaño que asciende lo mejor de cuantas armas posee: alma, inteligencia, oficio.

No necesito preguntarle a Rulo si la historia se repite y El doble de tu mitad, su tercer disco de creación, que aparece después de cuatro años sin canciones nuevas, es el punto más alto al que, hoy por hoy, puede llegar en su doble faceta de músico y escritor. Y no necesito hacerlo porque ya me lo dicen sus letras, que huyen más que nunca del lugar común y aspiran a la literatura, y su música, un estupefaciente combinado de trueno y seda.

Nos hallamos ante un destilado sustancioso y preciso de todo lo atesorado en las más de dos décadas que Rulo lleva haciendo de la música un modo de vida, que no es ni mucho menos lo mismo que una profesión.

Tal progresión no sorprenderá a quienes han seguido de cerca su andadura, pues Rulo pertenece a la sagrada estirpe de los creadores que jamás dejan de buscar porque ambicionan seguir creciendo mientras aquello que hacen continúe siendo necesidad vital y no negocio. Es Rulo, sí, un buscador de atmósferas, de imágenes, de riffs capaces de poner en pie a los desconsolados y a los suicidas.

Sentenció Sartre que la emoción es una transformación del mundo. Rulo persigue en las once canciones que integran este disco que la percepción del mundo de quien las escucha se ensanche, y lo cierto es que muchas veces lo consigue. Es decir, que nos emociona. Y lo hace con la forma, fiera como la pólvora del Salvaje Oeste, y con el fondo, en donde es el vulnerable corazón quien gobierna.

La diferencia más notable entre el pop y el rock es que el primero se escribe con cursivas y el segundo con negritas. En El doble de tu mitad el trazo grueso es el rasgo predominante en lo musical y exige la etiqueta de «rock». Sucede, sin embargo, que sus textos están escritos con pluma de cisne, lo que unido a la elegancia de la voz, inusual entre la fauna roquera, hacen de él un trabajo de espíritu mestizo en el que lo mismo sobreviene un ciclón que corre una estimulante brisa. ¿Es entonces Rulo rara avis? Como todo artista entero, por supuesto.

El guitarrista Carlos Raya es quien firma la producción, y bajo su batuta las canciones suenan limpias como agua de manantial. Junto a él, que se ha encargado a su vez de parte de las guitarras, los músicos que han contribuido a que la máquina rule son Coki Giménez (batería), Candy Caramelo (bajo), Alejandro Climent (teclados) y sus inseparables «contrabandistas» Dani Baraldés, alias Pati (guitarras), y Adolfo Garmendia, más conocido como Fito (coros). Todos ellos demuestran una capacidad única para coronar las piezas en bruto que el samurái jefe lleva al campo de batalla del estudio de grabación.

En cuanto al fondo, Rulo, a diferencia del común de los letristas, que siguen anclados en el desamor, ha sido lo suficientemente original y desprejuiciado como para clavar la mirada en el amor.

Dejando a un lado la canción de apertura, «Tu alambre», y ese sonoro hasta nunca que es «Vivir contigo era un blues», El doble de tu mitad es, aun en sus versos más crudos, aquellos que inciden en los ineludibles tira y afloja que acontecen en toda relación de pareja, un canto al amor. El disco celebrante, purificador y luminoso de alguien que atraviesa un momento de dicha personal y profesional y no puede evitar contárnoslo cantándolo.

A Rulo, que llegó a «cagarse» en el amor y lleva el símbolo de la noche, una luna, marcado en la piel, ya no le llaman los bares (o él hace oídos sordos) y ahora casi siempre se le hace tarde. Eso no le impide tener bien presente que el cometido de todo artista merecedor de ese nombre es el de permanecer vigilante ante cualquier asomo de las musas, que suelen manifestarse, las muy putas, a traición.

De la misma manera que Sting despertó en mitad de la noche para apresar al piano «Every Breath You Take», que penetró en sus sueños como un regalo divino, no me cuesta nada imaginar a Rulo abandonando la cama en plena madrugada para echarle el lazo al esqueleto de la confesional y épica «Me quedo contigo» (a la memoria de Manolo Tena) o al sufriente propósito de enmienda que es «Noviembre». O anotando en salvadoras servilletas de bar versos sueltos de lo que luego sería «Me gusta», explícita declaración de amor con ropajes de AC/DC, o el bosquejo de «La reina del barrio», metáfora sobre el alzhéimer que le sirve de paso para homenajear a un Benedetti transido de nostalgia. O dándole vueltas y más vueltas ―triples saltos mortales― a un título capaz de encerrar palabras que encienden la sangre y que acabaría siendo un monumento a la brevedad: «M».

De Rulo poco más puede añadirse. Aquel que ofrece todo un concierto descalzo es alguien que morirá, seguro, con las botas puestas. Aquel que tiene en su altar mayor de deidades paganas a san Sabina y a san Robe de ningún modo puede errar en la elección de un adjetivo ni desconocer los mil sinónimos de «contigo» y «sin ti», orilla y altamar de nuestra especie. Aquel que no ha logrado sacar de sí a Venecia desde que la pisó por vez primera está condenado a crear belleza.

Belleza como la contenida en este El doble de tu mitad, en donde están, vivísimos, el rock de los perfectos contrarios y el rock del deseo que, al igual que aquel rayo al que cantaba el poeta, el del más furioso amor, nunca cesa.

Rock sólido y revitalizador. Rock para reír y cantar y no dejar de moverse, pero también para pensar y emocionarse. Para notarse ―saberse― multiplicado o dividido, según la canción y el momento.

Rock & Rulo, en fin. Pasen y sientan.   

Javier Menéndez Flores
Mar en calma de agosto, 2016



2 comentarios:

  1. Muy bueno!! Tienes un arte especial para plasmar la esencia de las canciones y a sus autores. Harás el análisis del disco de Robe, <>?? Me encantaría leerlo.

    Un saludo!!

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