sábado, 1 de julio de 2017

El arte de transgredir sentado

Roberto Iniesta ejecuta, sentado, una de sus estupefacientes canciones de amor y de guerra. (Fotografía: Mikel Masa.)


Acompañado de los músicos con los que ha levantado sus dos discos en solitario, Roberto Iniesta ofreció un concierto intenso y emocionante en un colmado Teatro Circo Price

«Cuántas cosas es un hombre». La frase es del escritor mexicano Élmer Mendoza, quien en un destello de lucidez dio con una de esas milagrosas sentencias capaces de contenerlo todo. Es incontestable: un hombre ―todos los hombres― es y está hecho de muchas y diversas cosas, como una suerte de puzle de sentimientos y contradicciones, de pura vida. Sin embargo, y aquí podría ampliarse esa máxima, lo que en verdad lo hace único, sin par, es ser siempre él mismo. Mantenerse fiel a sus convicciones y creencias y no dejarse arrastrar ni contaminar por la opinión dominante, las modas ni (en el caso de los artistas) la tiranía del mercado, que es pan para hoy y olvido para mañana.

Pese a los desvaríos de los puristas, que no tienen solución, las señas de identidad artística de Roberto Iniesta, Robe, no son hoy muy diferentes a las que ostentaba cuando empezó en la música 30 años atrás: lo suyo sigue siendo la transgresión. Eso es algo que los espectadores que abarrotaron anoche el madrileño Teatro Circo Price pudieron comprobar y sentir.

Sí, cierto es que ahora el exabrupto y los latigazos verbales (su tendencia a escupir lava) no son tan abundantes como en sus primeros discos y que la búsqueda de la belleza se ha convertido en su principal misión/obsesión como creador, pero la esencia transgresora, rompedora, investigadora no solo continúa vigente en él, sino que en los últimos seis años, desde Material defectuoso, ha ido a más. Prueba de ello es que a diferencia de algunas de nuestras vacas sagradas que andan actualmente de gira y que para poner al público en pie tienen que echar mano de sus grandes éxitos, Robe es capaz de seguir alumbrando canciones redondas que le permiten, de paso, no tener que correr por el escenario como cuando tenía 20 años. Al igual que Rafa Nadal, ha aprendido que se pueden ganar torneos sin dejarse el físico en el intento.

La de anoche en Madrid fue la decimosegunda parada de la gira Bienvenidos al temporal, con la que Robe y los cinco músicos que le acompañan, los mismos con los que ha dado forma a sus dos discos en solitario, Lo que aletea en nuestras cabezas (2015) y Destrozares. Canciones para el final de los tiempos (2016), recorren España. 

David Lerman (bajo, saxo, clarinete, voces), Alber Fuentes (batería y voces), Álvaro Rodríguez Barroso (piano, teclados y acordeón), Carlitos Pérez (violín y voces) y Lorenzo González (voz y bajo), paisanos, todos ellos, de Robe, no solo demostraron lo buenísimos músicos que son (imposible destacar a uno sobre el resto), sino que se movieron por el escenario con una seguridad aplastante, como si llevaran junto al «jefe» toda la vida.

El concierto, que arrancó con «El cielo cambió de forma» y se cerró con «Un suspiro acompasado», constó de 19 canciones (sus dos discos en solitario íntegros más un tema de Extremoduro) repartidas en dos actos, con un descanso de unos veinte minutos que fue un «visite nuestro bar» en toda regla.

En el primer acto, Robe no se levantó de la silla y despachó junto a sus sobrados músicos diez canciones del tirón. Esa parte fue como una brisa en la que, de pronto, sonaba algún trueno. Un tramo pura delicatessen, para ver, escuchar y callar. O, en palabras de Robe, para no dar por culo.

En el segundo acto, que arrancó con una introducción de «Extremaydura» a la que se le ensambló «Cartas desde Gaia», Robe no se sentó ni una sola vez. Esa fue la parte más vibrante por la pura movilidad escénica y, sin duda, la gente, nada acostumbrada a un Robe inerte, la agradeció. Pero la transgresión fue la misma en los dos tramos, pues esta no tiene que ver con la cáscara, sino con el fondo. Con la esencia.

Rugía Robe sus letras delicadas y existencialistas ―siempre será Satán con lira― cual revolucionario que dispara claveles y busca herir la sensibilidad del público. Ya que como se encargó de señalar: «¿Para qué sirve un filósofo si no es capaz de herir la sensibilidad?».

Tras la falsa última canción, «Por encima del bien y del mal», de intensísimo colofón musical, hubo dos bises, una novedad respecto a Extremoduro, que nunca los hacen. El primero, «Si te vas», único tema de Extremo, fue celebrado como el gol decisivo de una final de la Champions. 

Robe es de Plasencia, pero Madrid también es su casa. El hemiciclo rojo del Teatro Circo Price ―en donde no se agitó ni un solo móvil: estaban prohibidos, un triunfo sobre la estupidez imperante― parecía un gigantesco corazón que latía, emocionado, con un poeta y músico que vestido con la ropa colorista de un saltimbanqui medieval apenas sale en la televisión ni suena en la radio, pero que enamora a tres generaciones de españoles de lo más dispares gracias a unas canciones cargadas de épica y disensión que son un canto al amor y la vida y una reivindicación de las utopías.

Qué bien que les sienta a algunos cumplir años.








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